Carta del director i de l’autor
El amor, en muchos casos, es sinónimo de dicha y felicidad pero, en otros, es también tormento y grandísima condena (en especial cuando te enamoras de la persona que no debes). Pero, ¿cómo actuar cuando la razón y el deseo entran en conflicto? ¿Es más justo atender a lo que plantea el cerebro o a lo que demanda el corazón? ¿Qué debería pesar más? ¿Pensar o sentir?
Tradicionalmente, éste es el conflicto interno al que siempre ha tenido que enfrentarse Fedra, un personaje que, atrapado en las redes de la tragedia, se debate y no se puede decidir. Y esto mismo es lo que la ha terminado convirtiendo en un personaje un tanto inactivo, alguien que, incapaz de elegir, se decide por darle la mano a la muerte como la mejor de las opciones.
Lo que hemos querido con esta Fedra es sacar al personaje de ese letargo en el que siempre se ha encontrado para crear una mujer más combativa y con menos miedo; una persona que, huyendo de la tragedia, se sumerja de lleno en ella y pelee frente a frente; una mujer exenta de culpa, capaz de luchar por lo que quiere, y que, ante todo, se atreva a amar.
Por esto, la escenografía elegida es un lugar emocional, un lugar tan grande como un volcán en mitad de una isla rodeada por un mar antiguo. Un espacio que es una grieta en el pecho, un hueco por el que se ha salido el corazón de nuestra protagonista. Una puesta en escena en donde las artes visuales y la música serán vehiculares de esta historia violenta. Una Fedra contemporánea que nos venga a hablar sin tapujos y sin temor de la libertad de amar. Entender las razones de su corazón para aprender a respetarnos y, de esta forma, mejor amarnos. Convertir el gran teatro romano de Mérida en el pecho de Fedra y refugiarnos en él. El volcán está a punto de entrar en erupción.
Luis Luque y Paco Bezerra
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